En tiempos pasados hablar del fútbol antioqueño era hablar de títulos, de jugadores destacados, de técnicos triunfadores y de directivos prestigiosos, reconocidos y respetados tanto nacional como internacionalmente.
Hoy la realidad es otra. El predominio que tenía el fútbol aficionado de Antioquía es una quimera y ligas como la del Valle y la del Atlántico nos superaron hace rato y no nos permiten dar una vuelta olímpica ni siquiera cuando los torneos los organizamos en nuestro departamento.
Las selecciones paisas que otrora surtían no sólo los equipos profesionales antioqueños sino también los del Valle del Cauca, los de la costa y los bogotanos, además de servir de base a los seleccionados nacionales de todas las categorías, se han visto relegados por jugadores de aquellas regiones del país, que los superan en talla, en técnica y en aplicación táctica.
Los únicos títulos que hemos disfrutado en los últimos años son los entregados por la selección femenina, conseguido en un incipiente torneo en el que se han alternado con las bogotanas, y en el senior master, evento en el que participan departamentos con poca tradición futbolística, como Caquetá, y que no han tenido representantes en el profesionalismo colombiano.
En este deterioro de la imagen del fútbol maicero hay diferentes culpables. Los equipos profesionales que compran los pases de jugadores jóvenes y a veces no los prestan a la selección, otras veces son los propios jugadores los que se niegan a asistir a las convocatorias porque prefieren quedarse en su club a la espera de una oportunidad en el equipo principal y recibiendo dinero por sus actuaciones.
Los empresarios que rondan por los campos de entrenamiento, que le “dañan” el oído a los muchachos, les llenan la cabeza con promesas de futuros viajes al fútbol del exterior y les quitan la concentración que deben tener para hacer respetar los colores del “equipo amado”, como se conoce a la Selección Antioquia.
Los directivos de la liga que no hacen cumplir el reglamento que obliga a los clubes a prestar a sus jugadores, y a éstos a asistir cada vez que sean convocados. También se les ha endilgado en el pasado que no han sido muy claros en el proceso de selección de los técnicos. Directivos que no han sido capaces de hacer respetar la tradición futbolera del departamento ante los caciques de la División Aficionada del Fútbol Colombiano, que permiten cambios de última hora en la programación de partidos, en el nombramiento de árbitros y de horario y sedes de los encuentros que deben disputar los seleccionados paisas, por no ahondar en otros puntos como la organización de torneos o la posibilidad de tener a la selección Colombia de mayores o buenos eventos internacionales, por ejemplo.
¡Qué poco queda de aquel fútbol grande de otras épocas! ¡Qué poco queda de aquellos títulos del “tucho” Ortiz, Luis Alfonso Marroquín y Juan José Peláez, por sólo nombrar algunos!¡ Qué falta le hace Arturo Bustamante al fútbol antioqueño y colombiano!
Nos dejó un legado grande de un ser humano gigante. Con él Antioquia consiguió más de 25 títulos nacionales, “le dio la patadita de la buena suerte” al torneo Nacional Juvenil Copa Coca Cola, en 1977. También, la descentralización de nuestro fútbol para llevarlo a las provincias, dándole la oportunidad de que los pueblos de nuestro departamento disputaran la gran final del torneo intermunicipal, en Medellín. Además, escoger un solo equipo para servir de base a los seleccionados patrios.
¿Que si se equivocó? ¡Claro!, pero lo hizo con respeto al “juego limpio”, a los adversarios, a las reglas de juego.
Alguna vez le escuchaba al hombre de la radio Jaime Tobón de la Roche: “Hemos perdido un gran comentarista y el fútbol antioqueño ha ganado un gran dirigente”. Es que su ingreso casi de manera anecdótica a la dirigencia deportiva, por allá en 1968, después de trasegar por Caracol como director musical de Radio Reloj y comentarista de fútbol, lo llevó a codearse con la crema y nata del balompié orbital.
Entre Humberto Morales, Oscar Estrada y Antonio Mesa Escobar convencen a los dirigentes “caracoleros” para que se lo presten por tres meses para que les sirviera de refuerzo. Esa tripleta de meses se convirtió en 32 años al servicio de nuestro balompié
En calidad de reportero, de dirigente, de concejal de nuestra ciudad, su voz se hacía escuchar. Él era el único que les cantaba la tabla en la Federación, él era el único que defendía los intereses de este terruño ante los capitalinos, y aunque la crisis empezó antes de su asesinato en marzo del 2000, él era el único capaz de sacarnos de esta situación de postración en la que estamos sumidos, porque quienes lo reemplazaron no han mostrado el temple ni las agallas necesarias para sacar este barco a flote.
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