lunes, 6 de febrero de 2012

El otro Ponyfútbol

Yo le ensayo la vuvuzela a mis clientes para que no tengan ningún inconveniente": Albeiro Jaramillo.

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Roosevelt Castro B.


Día soleado, sol que quema las espaldas. Lejos de las jugadas magistrales de los chiquillos sedientos de gloria, en la Cancha Marte Uno, muchos otros se la rebuscan con las ventas de “las entradas” para el Pony o de los souvenir del festival, o los mangos, las obleas, los fritos, los cachivaches o los productos del patrocinador. Es la “economía del rebusque” que contribuye a darle una mejor calidad de vida para cada uno de los venteros, muchos de ellos carnetizados por la Corporación.
Así, el Festival del Ponyfútbol se convierte en un pretexto para que muchos le hagan el mejor gol a la economía del hogar.
La memoria visual
El ritual es recurrente. Los niños y niñas futbolistas del Festival del Ponyfútbol buscan las fotos que tomó de su equipo Saúl Lopez Londoño, en una especie de mural que tiene en los bajos de la cancha Marte Uno. Los padres pagan por el recuerdo del paso de sus hijos por este Festival futbolero de gran tradición en Medellín.
Este sexagenario de Aguadas, Caldas, ha estado en todas las versiones del llamado “Mundialito de los niños”. “Un día de 1985 alguien que no conocía me dijo que tomara fotos en un torneo de fútbol que empezaría en el estadio de Atletismo Alfonso Galvis Duque. Yo fui y desde ese día, hace 27 años, no he faltado a ningún Ponyfútbol”, comenta el fotógrafo.
Los precios de las fotos varían de acuerdo a las circunstancias. “Una de buen tamaño cuesta 5.000 pesos, pero hacemos también rebajas, hay mucha gente que no tiene dinero para comprarla y queremos que la gente se las lleve para que les quede el recuerdo de tan bonito torneo”, expresa el que con su cámara digital captura la memoria visual del Festival de chicos.
… y las vuvuzelas suenan
El sonido estridente de las vuvuzelas llegó al Ponyfútbol hace dos años. Herencias del Mundial sudafricano, Albeiro Jaramillo las vende en los bajos de la Marte Uno. “Esto es una fiesta para niños y la gente viene a gozar, por eso las vendo aquí”, dice el habitante del barrio Caicedo. “Con la venta de ellas les pago el estudio a mis dos niños”, expresa Albeiro quien, al igual que Saúl, ha estado en todas las versiones de los Festivales Pony.
“Durante el año, vendo agua, obleas o lo que sea en las afueras del estadio”, indica el vendedor de “cachivaches y obleas” como lo dice su escarapela.

Estiven, el manguero
Se llama Estiven Rodríguez Diossa. Funge como vendedor de mangos. “A dos mil”, contesta el joven vendedor. Es novato en su oficio, no obstante lo hace como un verdadero profesional. Pela y hace unas tirillas con la fruta tropical. “Es mi primer Ponyfútbol. El dueño del puesto es un tío mío. Él ha estado en el Festival desde hace 5 años. Nosotros nos vendemos un bulto diario. Nos va bien gracias a Dios”, comenta el habitante del barrio Doce de Octubre y estudiante de cuarto semestre de gestión financiera en el Tecnológico de Antioquia.
Asi como Saúl, Albeiro o Edwin más de 1.500 personas se la rebuscan y le hacen una gambeta al desempleo.



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